La Cueva de Los Sueños Olvidados: 3D Reinventado

Iré directamente al grano: La cueva de los sueños olvidados me parece una pieza cinematográfica espléndida e inolvidable. Vamos allá.

Nada más empezar, la voz en off de Herzog nos cuenta brevemente qué es Chauvet: una cueva situada en Francia que contiene las más antiguas pinturas rupestres conocidas, así como otras manifestaciones de la vida del Paleolítico Superior.

Sus palabras son profundas pero humildes e invitan a la reflexión sin imponer discurso alguno, siempre sugiriendo antes que señalando. Las magníficas imágenes exteriores de la cueva, acompañadas por dicha voz y guarnecidas por un acertado uso del 3D, están tomadas por una cámara que se balancea con suavidad conduciendo los curiosos ojos del espectador hacia el interior de lo desconocido.

El resultado de todo ello es una belleza magistral que va mucho más allá del simple esteticismo y que consigue una profundidad tridimensional mucho más compleja que el mero espectáculo visual.

Herzog pretende transmitir con fidelidad las sensaciones experimentadas dentro de la cueva, y para ello no descuida detalle alguno. No solo nos permite explorar Chauvet hasta su último rincón, sino que además nos da un minuto para escuchar su silencio e incluso nos habla del olor que desprende (atención al personaje entrevistado especializado en perfumes). La experiencia es tan cercana que uno tiene que reprimir el impulso de incorporarse para acariciar las rocas pintadas.

Pero La cueva de los sueños olvidados no sólo guarda su belleza en el interior de la cueva. En primer lugar está el exterior, fantásticamente dibujado de forma visual (excelentes tomas del bosque y río que rodean Chauvet; imágenes de ensueño conseguidas mediante el balanceo de un helicóptero teledirigido), así como también oralmente (otra vez la mencionada voz en off) y mediante un impecable tratamiento de sonido directo (cuidadísimo detalle que acompaña todo el documental).

En segundo lugar, están los personajes, que gracias a las bien escogidas preguntas del director, desprenden profundidad y calidez. De este modo, Herzog no sólo busca su testimonio, sino que también despierta nuestro interés hacia ellos como personas independientes del contexto en que se encuentran (está el pasado de malabarista de uno de ellos, los – fracasados – intentos de tirar una lanza prehistórica tal y como lo hacían los neandertales de otro, las melodías sacadas de una flauta prehistórica por parte de un individuo vestido con ropajes igualmente prehistóricos…).

Mención especial merece el empleo del 3D que, siempre al servicio de la película, saca el máximo jugo de cada plano sin que su evidencia resulte incómoda en ningún momento.

Por último, la conclusión de la película resulta conmovedora. Sin desvelar detalles significativos que merezcan ser vistos personalmente, mencionar la vertiginosa (pero magnífica) sensación al comprender que Chauvet no es solamente una puerta hacia el pasado, sino un espacio multitemporal donde nuestro tiempo también quedará encerrado, un espacio donde en un futuro alguien descubrirá evidencias sobre la existencia de nuestro presente. Aquí es donde reside la verdadera tridimensionalidad de la película.

Martí Sala