Brasserie Romantic (Joël Vanhoebrouck)

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Se acabó, voy a decirlo. Estoy hasta las narices de esta comedia convencional camuflada de feminismo mal entendido. Que sí, hombre. Que todos la conocemos. Son estas películas que nos abren los ojos, que nos ayudan a entender que los hombres son estúpidos y las mujeres el ejemplo a seguir. Aquellas que nos explican que el feminismo no es otra cosa que aplaudir al género perfecto, al tiempo que el imperfecto se arrodilla rogando clemencia. Y que por supuesto, el machismo está en los hombres. No en el sistema. No en la educación. No en la cultura. No en la publicidad. Nada de esto. El machismo reside exclusivamente en los hombres, que a fin de cuentas son el problema a erradicar. Venga, hombre, a estas alturas ya debe usted saber de qué hablo. Hablo de estas películas gracias a las cuales aprendemos que el machismo terminará el día en que todos aceptemos que el género que está en lo cierto es el femenino. Si es que en el fondo no es tan difícil.

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Está bien, olvidemos por un momento el apartado temático y centrémonos únicamente en el técnico. Brasserie Romantic goza de agilidad y dinamismo. Algo que logra gracias a servirse del clásico juego de los diálogos expuestos como si de un juego de malabares se tratara: un espacio cerrado, un conjunto de personajes y sus respectivas conversaciones que se van intercalando con fluidez. Vamos, que uno apenas tiene tiempo de asimilar el nivel de estupidez de la escena antes de que aparezca una nueva (igualmente estúpida). En este aspecto, nada le podemos reprochar a la película, pues su apartado técnico está suficientemente depurado como para casi lograr que olvidemos su sinsentido… aunque en mi caso nada pudo aligerar esta sensación de pérdida de tiempo. Tal vez haya quien encuentre un pasatiempos en esta todo ello, a lo mejor apelando a esta agilidad y ligereza o a algún que otro gag más o menos afortunado… A mí, personalmente, me resultó imposible pasar por alto todo lo mencionado en el primer párrafo.

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Y volviendo a él, recuperemos el apartado temático. Me parece inaceptable que una película (como la que nos ocupa) plantee su contribución en la lucha contra el sexismo como un pasatiempo cuyo único propósito es ridiculizar al bando “opresor” y ensalzar al reprimido. En primer lugar porqué ello no hace otra cosa que enfatizar todavía más esta imagen de la mujer perfecta que desde antaño han dibujado las princesas disney i demás tópicos sexistas; en vez de presentar al sexo femenino como un ser humano corriente, real, con defectos y virtudes exclusivamente derivados del caso concreto de la persona y no de su condición sexual. Y en segundo lugar, qué carajo, porqué en todo caso hablamos de igualdad y no de superioridad. Porque el sexismo existe y se debe combatir, pero plantear el combate como una lucha de bandos con roles preestablecidos no hará otra cosa que ensanchar aún más el abismo que todavía hoy separa a unos y otros. Pues asignar valores a las personas en función de su sexualidad sigue siendo el germen del sexismo.

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Una vez apuntado este aspecto, decir que el debut de Joël Vanhoebrouck en el campo del largometraje no deja de ser la comedia romántica de siempre. Un conjunto de parejas y solteros cuya felicidad depende exclusivamente del amor, directa o indirectamente; y cuyo crecimiento y desarrollo personal se verá directamente influenciado por el grado de éxito u fracaso que estos obtengan en sus relaciones amorosas (siempre y cuando los hombres no estén ahí para fastidiarlo todo). En fin, tal vez en el fondo tan solo se trate de una comedia más, con el único propósito de entretener y sin ánimo de abrir temas de conversación tan “trascendentales”. Si es así, en mi opinión habla demasiado.

Nightcrawler (Dan Gilroy)

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Plantejar una pel·lícula com l’exposició d’una tesi té la seva part bona i la seva part dolenta. La part bona és bàsicament que assegura certa legitimitat envers al producte en tant que “història amb missatge”, a més a més de donar-li una direcció concreta que fa més fàcil el seguiment del relat. La part no tan bona és el risc que es corre de convertir la pel·lícula en una acrobàcia destinada a arribar a un punt concret. És a dir, el perill d’acabar construint una història poc creïble (o fins i tot potser ridícula) en nom de la tesi que es vol exposar.

Nightcrawler és una pel·lícula de tesi, i sens dubte de tesi interessant. Fins i tot podríem definir-la com una pel·lícula de denúncia. A grans trets, es tracta d’una crua reflexió sobre la falta d’escrúpols dels mitjans de comunicació; o potser més aviat sobre la seva curiosa raó de ser. Com una dissecció de tot el que conforma els pilars base de l’apartat informatiu audiovisual; no tan pel que fa al seu caràcter empresarial (i per tant als seus interessos monetaris o polítics) sinó més aviat sobre aquella font (sovint oblidada) que ens proporciona les imatges televisives que consumim diàriament.

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Per això el pes del protagonista és tan important en l’òpera prima de Dan Gilroy: l’objectiu del director és dibuixar un personatge que retrati l’interès (no necessàriament polític o ideològic, sinó més aviat personal) que s’amaga rere les imatges dels informatius. Un interès que passa per manipular escenaris de crims i fins i tot per intervenir (quan no provocacar) en els esdeveniments registrats. Gilroy fica el dit a la llaga al sistema, en aquest cas en l’apartat informatiu, com el seu germà (Tony Gilroy, co-productor de la pel·lícula) ja va fer en l’àmbit polític amb la notable Michael Claiton.

El que tenim, doncs, és una pel·lícula protagonitzada per un personatge interessant, narrada amb subtilesa i deixant que la tesi parli per si sola, sense intervenir massa en els fets com si es volgués crear un contrapunt amb l’actitud del protagonista. Fet que no impedeix cert lluïment de direcció en algunes escenes que així ho requereixen, com en la inquietant seqüència en què són emeses per televisió les imatges d’un territori verge, poblat només per les víctimes del tiroteig que hi ha tingut lloc. O també la seqüència final, brillant-ment desenvolupada si bé el desenllaç trenca una mica l’harmonia que fins aleshores hi havia entre “credibilitat i exposició d’una tesi”.

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Top 10 [ 2014 ] Un año inconformista

 

10 .- Guardianes de la Galaxia [ Moldeando las reglas ]

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Que el buen cine de aventuras ha vuelto ya no es ninguna novedad. Tal vez sí lo sea esta curiosa forma que ha ido tomando a lo largo de los últimos años, creando una suerte de subdibisión en el terreno del blockbuster. En pocas palabras, lo que hoy en día tenemos en la cartelera son guerras entre marcas. La marca Divergente lucha con esfuerzo para destronar a la marca Los Juegos del hambre, mientras que marcas nuevas (Guerra Mundial Z) y otras recicladas (El Planeta de Los Simios) se rompen los huesos entre sí con la intención de hacerse un hueco. Como una suerte de acto postmoderno, la vieja batalla entre las marcas Star Wars y Star Treck parece resurgir, al tiempo que algunos consideran que este fenómeno todavía puede dar más de sí: dentro de poco esta misma batalla será transferida al terreno del spin of (ya se han anunciado los casos de Spiderman, Harry Potter, Star Wars o Superman).

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Probablemente encontremos el origen de esta situación a principios de milenio, cuando los estrenos de El Señor de los Anillos (ah! Peter Jackson haciendo buen cine, que tiempos…) y Harry Potter causaron un cambio de chip en las expectativas del espectador. En aquel entonces todavía era normal hacer la pregunta: “pero, ¿será una sola película o habrá una para cada libro?” Hasta que de repente, esta inquietud generada por un final inconcluso y la sensación de estado de espera (que se prolongaría el tiempo que tardase en aparecer el siguiente título) se convirtió en una condición casi indispensable para cualquier estreno dirigido al gran público. No tardaron en aparecer los casos de Las crónicas de Narnia, los fracasos de Eragon y La brújula dorada, el más tardío Crepúsculo y las improvisadas continuaciones de películas autoconclusivas, casos de Piratas del Caribe, Paranormal Activity o Saw.

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El resultado de todo ello fue el nacimiento de una subdivisión del “género” blockbuster. Este perdió su condición de cita cinematográfica dirigida a todo el mundo para convertirse en un subproducto perteneciente a una saga determinada con unos fans determinados. Cada franquicia era reservada a un sector concreto. Y como era de esperar, los superhéroes no tardaron en decir la suya: en medio de este campo de batalla, Marvel encontró la forma de servirse del fenómeno para dotar de potencial a sus productos. La compañía empezó a crear su propio universo cinematográfico ofreciendo una serie de estrenos que, siguiendo las reglas del juego, prometían continuación, sólo que protagonizadas por personajes distintos. De esta forma existía la opción de ofrecer en cada título una nueva aventura, al mismo tiempo que esta serviría para avivar y enriquecer el potencial de futuras secuelas.

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De este modo, el selecto grupo de fans del género superheroico ya no acudía únicamente a la cita de su personaje favorito, sino que asistía a todos los estrenos que salieran de los estudios Marvel. Y el hecho de haber conseguido esta unanimidad entre tantísimos fans (cuatro de cada cinco personas siente simpatía al menos por un personaje de Marvel) ofreció a la compañía la oportunidad de ir incluso más allá: producir películas ya no pensadas para el consumo exclusivo de los seguidores (vamos, los “frikis”) sino para el gran público. Y de pronto (especialmente después de la aparición de Joss Whedon) Marvel se convirtió en una productora cuyos trabajos contaban siempre con unos mínimos y sus estrenos adquirieron el carácter de cita obligada, algo semejante a lo que durante años sucedió con Pixar. Guardianes de la Galaxia, por ser una película que se atreve a dejar a un lado todo el universo forjado por Marvel e inventar el suyo propio, y por recuperar la magia del cine de aventuras espaciales de antaño, ha constituido la consagración de esta productora en tanto que Casa de las Ideas Cinematográficas.

9 .- El viento se levanta [ El rechazo de las reglas ]

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Hablando de productoras que desafían el sistema, ahí tenemos el caso de los Estudios Ghibli. Una compañía cinematográfica que apuesta por el pincel en un momento en que el ordenador ha monopolizado la práctica totalidad de la animación. Un director que se despide con un trabajo que rompe las convenciones que normalmente conforman su estilo. Y una película que, aún siendo de dibujos animados, relata un caso muy real, sin servirse de fantasía ni concesiones que hagan más pasajera la historia. Si Guardianes de la Galaxia combatía el sistema aceptando las reglas para moldearlas a su gusto, Hayao Miyazaky se hace a un lado para ejercer su estilo, como el ciudadano que se aparta de la sociedad para vivir tranquilamente en la montaña. Como una suerte de manifestación pacifista, o la humilde presentación de un camino alternativo. Se trata, en definitiva, de El viento se levanta, canto de cisne de uno de los grandes. Una lección de narrativa y una muestra más del bello arte que es el dibujo a mano. Una despedida por la puerta grande en esta poética declaración de amor a la animación, y sobretodo, al cine. El último coletazo de un director que siempre se mostró disconforme con las convenciones.

8 .- Relatos salvajes [ Atentar contra las reglas ]

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Mientras Guardianes de la Galaxia aceptaba las reglas del sistema para luego conducirlo hacia el terreno deseado y El viento se Levanta contemplaba el espectáculo apartado de la metrópolis, Relatos Salvajes optó por un acto mucho más directo, que casi podríamos calificar de escándalo público. Damián Szifrón, que no cuenta con tanta paz interior como James Gunn o Hayao Miyazaky, construyó un producto cuya condición antisistema es palpable desde su esqueleto hasta el acabado final. Respecto a lo primero, se trata de una película abalada por la productora El Deseo, propiedad del niño mimado del cine español Pedro Almodóvar y su hermano Agustín. En todo caso, una productora independiente dotada de una moral poco convencional y que en ocasiones (pocas) socorre proyectos de alto potencial.

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Además, hablamos de una película de relatos autoconclusivos y argumentalmente no relacionados. Nada de historias cruzadas, puntos de vista variados o personajes de un mismo universo. Se trata pura y llanamente de una película formada por seis historias independientes. Un punto de partida muy valiente y hoy en día nada frecuente. Pero es en el acabado final donde encontramos el aspecto antisistema más evidente de la película. Así como en los casos de Guardianes de la Galaxia y El viento se levanta hablábamos de películas cuyo valor inconformista se daba por elementos ajenos al arco argumental, en Relatos Salvajes encontramos una película cuyo argumento ataca directamente al corazón del sistema.

Ya no se trata (solamente) de una película que combata el sistema presentando un formato que difiere del convencional, o que se aleje de los estilos preestablecidos y desafíe las reglas del contexto actual. Se trata de un ataque mucho más directo, pues estamos ante un producto que carga en voz alta contra todo lo mencionado, sin tapujos, manifestando una clara voluntad de cambio. De ahí que los personajes que protagonizan Relatos Salvajes sean personas corrientes, que sencillamente están hasta las narices de todo. Personajes de los que Szifrón se sirve, aprovechando que se encuentra en el terreno de la ficción, para realizar toda una serie de actos vandálicos, abrir en canal las convenciones preestablecidas y llevar al límite hasta convertirla en caricatura la ridiculez que impera en la sociedad de hoy en día.

7.- Magical Girl [ El porque de las reglas ]

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Cargar contra el sistema y la estupidez humana en clave cómica es una cosa. Otra muy distinta es dirigir la mirada hacia la parte más oscura de la psique humana, sin usar de escudo la sociedad en tanto que madre de todos los males. De hecho, es probable que la película de Carlos Bermut nos haga tener ciertas dudas sobre si la sociedad es en realidad responsable o resultado del egoísmo humano. Sea como fuere, los personajes de Magical Girl tienen suficiente con ellos mismos para ponernos los pelos de punta. Se trata de una película profunda y filosófica, que nos habla del amor, del egoísmo, de la ética y de la incomprensible complejidad de la mente. Así como el trabajo de Damián Szifrón consistía en una gamberrada que atentaba físicamente contra aspectos tangibles, la película de Carlos Bermut cuenta con una violencia mucho más bestial por el hecho de ser casi imperceptible.

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Pues hablamos de esta violencia que da vueltas por nuestro subconsciente, a la espera de ser despertada por algún estímulo externo (como les pasa a los personajes que protagonizan la película). Nuevamente estamos ante un trabajo abalado por una productora independiente (Aquí y allí films) y también (curiosamente) respaldada por Pedro Almodóvar, quien la definió como “la gran revelación del cine español en lo que va de siglo”. Bueno, más allá de lo que opine dicho sujeto, desde mi punto de vista no cabe duda de que la película de Bermut se alza como la vencedora en el campo de juego español, por ser la más perversa, completa y compleja. Por darnos, a fin de cuentas, esta mirada autocrítica que tantos años hace que España (no solo su cine) necesita, en una suerte de radiografía psicológica digna de un diagnóstico de Hanibal Lécter. Una de las propuestas cinematográficas más interesantes del año.

6.- Omar [ Lo que hay detrás de las reglas ]

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No obstante, todas las películas mencionadas forman parte de una pequeña élite cinematográfica. Una élite en la que tienen cabida ciertos actos reivindicativos, como proponer reformas para el sistema (Guardianes de la Galaxia), exiliarse (El viento se levanta), atentar contra dicho sistema (Relatos Salvajes) o proponer un ejercicio introspectivo hacia la psique humana (Magical Girl). Actos reivindicativos que sin embargo se hacen desde una premisa ficticia, es decir, buscando la evasión intelectual del espectador (aun pudiendo ser propuestas muy profundas). Pues en realidad hablamos de películas hechas por aquellos que, más cómodamente o menos, disfrutan de un estado del bienestar. Todo ello puede resumirse en un hecho: las películas mencionadas proceden de este colectivo llamado Países del Norte.

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La cosa cambia cuando nos adentramos a los Países del Sur, es decir, aquellos países cuya pobreza permite a los del norte disfrutar del estado del bienestar. De hecho, en el caso de Omar encontramos la viva imagen de la subordinación a la que están sometidos los primeros por parte de los segundos. Por eso se trata de una película cruda, realista, sin adornos y prácticamente carente de humor. Ya no estamos ante un pasatiempo provisto de un mensaje intelectual, ni de una crítica satírica dirigida a un sistema corrupto. Estamos ante una realidad escalofriante, plasmada de forma seria y sin concesiones. Ahora hemos levantado la alfombra para descubrir el suelo que sostiene nuestra existencia. O dicho de otro modo, lo que ahora contemplamos son los cimientos del sistema corrupto anteriormente mencionado.

Pero el cuarto trabajo de Hany Habu-Assad no es tan solo un excelente retrato de una realidad alarmante. Es, ante todo, una excelente película. En primer lugar por la sorprendente fluidez con que cuenta a pesar de su carácter dramático. Por otra, porque a Omar no le sobra un solo gramo de dramatización. Es decir, los hechos se dan de forma creíble y sin grandilocuencia, pesadumbre ni efectismo. En este aspecto, la ausencia de música ayuda notablemente a que el contexto en donde se dan los hechos vaya dibujándose de forma natural. Como si Habu-Assad se hubiese propuesto despojar de ingredientes innecesarios su película, para lograr algo así como un producto en donde los elementos decorativos que distorsionan la realidad son inexistentes. A fin de cuentas, ya no estamos en los Países del Norte.

5 .- El pasado [ La dudosa eficacia de las reglas ]

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No menos desalentadora resulta la experiencia invertida, es decir, cuando los habitantes de los países del sur deciden hacernos una visita. Ahí tenemos el ejemplo de El pasado, una película que muy bien podría definirse como “cuando uno se deja contaminar por el veneno occidental”. Como si contempláramos una serie de personajes que de pronto se ve obligada a respirar un aire para el que sus pulmones no están preparados. Pues en realidad lo que hace Asghar Farhadi es usar a la familia iraní que protagoniza la película como una suerte de cucharón destinado a remover todos los elementos de la sociedad occidental, haciendo que aflore toda su podredumbre. Y allí es donde encontramos la cara oculta de occidente, normalmente camuflada mediante parches y adornos, muy parecidos a los que (no) se echan de menos en la película Omar.

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De algún modo, pues, la película de Farhadi viene a recordarnos que este maltrato que ejercemos a los países del sur no queda enterrado. Pues detrás del (ficticio) estado de bienestar en el que vivimos se esconde un malestar mucho más profundo, fuertemente arraigado a una base social muy mal construida. Esta vez no denunciamos el aspecto corrupto de un sistema, o al menos no como lo hacía la película Relatos Salvajes. Pues ya no hablamos de su incompetencia, carencia de recursos, de su frivolidad o de sus intereses delictivos. Hablamos de cómo todo aquello que sirve de soporte para dicho sistema (la sociedad tal y como la conocemos) deja aflorar su olor a podrido, convirtiéndose en el aire que respiran a diario las familias occidentales y traduciéndose en problemas y malentendidos convivenciales.

4.- Her [ El futuro que nos ofrecen estas reglas ]

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Y entonces llega la inevitable pregunta: ¿hacia qué futuro nos dirigimos? Hacia uno no muy prometedor si debemos creer a Spike Jonze. Her, su última película, nos habla de un futuro en el que los conflictos expuestos en El pasado han quedad olvidados… por el simple hecho de que la comunicación verbal casi ha dejado de existir. Todos los bienes tangibles están al alcance de la mano, mientras que el apartado emocional ha quedado soterrado por la estética de aquello que nos rodea. Como si ahora existiera un brutal desequilibrio entre el apartado emocional y el material (en una balanza en donde el segundo soporta todo el peso).

Estamos ante una película que puede entenderse como la evolución natural que seguirá la sociedad si las aptitudes mostradas en El pasado no cambian. Una evolución que pasa por el estilo de vida de las personas, por el tipo de relaciones que tienen entre sí y especialmente por la forma de gestionar estos impulso hormonales que llamamos amor. Y lo que encontramos es un conjunto de personas que viven encerradas, algunas físicamente en sus casas, otras mentalmente en un monitor, la mayoría las dos cosas… Pues esta tendencia materialista del estilo occidental nos ha llevado a resolver que la forma más económica de prosperar es eliminar la comunicación.

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Aún así, Spike Jonze no pierde la esperanza. Pues una de las mayores virtudes de la película es su gran capacidad por transmitir aquella sensación agridulce, que nos entristece pero al mismo tiempo nos invita a creer que podemos formar parte de la solución. Pues si Her deja algo claro es que el apartado emocional no puede desaparecer tan fácilmente, como tampoco el amor puede ser destruido así como así. Incluso en un futuro distópico como este, aun existe la posibilidad de reconstruir nuestro mundo, empezando por recuperar el contacto humano y reivindicar el valor de las relaciones (especialmente las de amistad).

3 .- Mommy [ Las reglas de la educación ]

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Esta misma teoría sirve de premisa para la película de Xavier Dolan, Mommy. En ella, el joven prodigio canadiense nos presenta una enfermiza relación entre madre e hijo, ambientada en un futuro en el que uno puede ingresar a sus hijos en un centro educativo en caso de no sentirse capacitados para ser padre / madre. Esta escalofriante y conmovedora historia de amor nos habla de la brutal necesidad de afecto que tienen las personas. El mensaje es claro: por más leyes o ayudas alternativas que se nos ofrezcan, el cariño es una necesidad insustituible. De ahí que el director nos presente a dos personajes tan radicalmente incompatibles: este contraste sirve precisamente para reforzar la teoría; pues a pesar de su incapacidad por convivir pacíficamente, el uno necesita el afecto del otro. Cómo una película protagonizada por personajes tan detestables logra transmitir tantas emociones es un misterio que el director se guarda de rebelar.

Pero Mommy también nos habla de muchas otras cosas, como por ejemplo, de la educación. Y lo hace con la mayor dureza imaginable. Para Dolan, el afecto, precisamente por ser una necesidad inextirpable, fácilmente puede convertirse en un obstáculo ante la dura tarea que es educar. Un obstáculo que en el peor de los casos conduce a la sobreprotección, dando a lugar un ser vivo carente de autocontrol y autodeterminación. En Her encontrábamos a una sociedad contaminada, que había perdido la capacidad de transmitir sus emociones sin hacerlo de forma malsana. En Mommy podemos ver cómo esta situación repercute en la educación, dando como resultado que los hijos de dicha sociedad son seres vivos que se asemejan más a bestias salvaje que a personas. Pero incluso entonces, nos dice Dolan, la respuesta sigue estando en las relaciones, y especialmente en el amor. Como si todo tipo de corrupción naciera, de un modo u otro, de la falta de afecto.

2 .- Dos días, una noche [ Plantar cara a las reglas ]

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… y finamente alguien se atreve a plantear soluciones. Tal vez no soluciones a nivel global, pero sí a nivel personal (no debemos olvidar que la revolución empieza en uno mismo). Para exponer su tesis, Jean-Pierre y Luc Dardene (como siempre desde Bélgica, y evidentemente situados en el presente) escogen como protagonista una de las víctimas de la ya archiconocida crisis financiera. Y lejos de proponer fórmulas milagrosas, nos inyectan una oportuna dosis de optimismo mediante una profunda reflexión que abarca temas tan universales como la amistad, la depresión, el matrimonio, el trabajo y la crisis. Con ello consiguen una espléndida película cuya mayor virtud es una perfecta combinación entre inconformismo y optimismo.

Porqué Dos días y una noche es, sin duda alguna, una película reivindicativa. Lo que pasa es que a parte de la evidente (y necesaria) denuncia que realiza, también hace un llamamiento a la solidaridad, al compañerismo, a la amistad y sobre todo a la lucha individual; no tanto en calidad de militante como en favor del crecimiento personal (dos cosas que, por otra parte, bien pueden ir de la mano). Por eso me parece acertado decir que la nueva película de los veteranos directores belgas es ante todo una película muy humana. Tanto por su mensaje solidario como por su capacidad para plasmar los aspectos más perversos de las personas pero también su cara más solidaria (o lo que es lo mismo, lo mejor y lo peor de la gente).

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En todo caso, estamos ante una película contada con absoluta neutralidad, dirigida mediante imperceptibles (aunque bellísimos) planos secuencia, protagonizada por espléndidos actores y construida (argumentalmente hablando) mediante diversas (y profundísimas) disecciones de personajes, todas ellas convenientemente organizadas. Es decir, se trata de una película excelente a nivel formal, interpretativo y argumental; y por si fuera poco, dotada de una tesis claramente progresista. Vamos, un trabajo al que no se le puede pedir más. En resumen, estamos ante una película que finalmente ha dado con la fórmula perfecta para manifestar el descontento social sin renunciar al placer de vivir.

1 .- Boyhood [ Hacer uno mismo sus propias reglas ]

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Desde norteAmérica, Marvel despliega sus superpoderes para proporcionar entretenimiento a todos los públicos, sin discriminación. En Japón descubrimos la sabiduría oriental, partidaria de una separación pacifista. Desde surAmérica, Damián Szifrón escoge la comedia como vehículo para atentar contra el sistema, mientras que sus vecinos españoles plantean un ejercicio de introspección personal. Desde palestina se nos cuenta que el mal estado de las cosas tiene una explicación mucho más tangible, al tiempo que Francia da soporte a esta teoría ofreciendo una muestra de las consecuencias indirectas que tiene esta máquina de generar pobreza que es occidente. De vuelta a Estados Unidos, ahora en un terreno independiente, echamos un vistazo al futuro que nos espera, que al parecer carecerá de manifestaciones de amor; algo que según Canadá derivará en una educación destructiva. Son los belgas los que nos plantean una solución: el crecimiento personal es una medicina capaz de curar casi todos los males.

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Boyhood nos ofrece una aventura emotiva y emocionante destinada a todos los públicos, algo en cierto modo parecido a lo que se propone Guardianes de la Galaxia. Además y siguiendo el consejo de El viento se levanta, esta producción ha sido llevada a cabo en terreno independiente, es decir, ajena al sistema. Si Relatos Salvajes hacía una apuesta arriesgada en cuanto al formato por tratarse de una película formada por 6 historias independientes, Boyhood presenta un formato claramente rompedor por tratarse de una película rodada durante 12 años. Por otra parte, también se trata de una película que rompe convenciones, pues lejos de apelar a la familia feliz, nos presenta a una madre soltera que únicamente con la fuerza de la experiencia aprende a ejercer como tal; al tiempo que el padre, ausente pero igualmente persona, hace lo propio con su vida. Un mensaje tan rompedor como que las buenas personas no nacen, sino que se construyen. Un proceso que los personajes, advertidos por Magical Girl, realizan mediante un proceso introspectivo.

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Este proceso puede traducirse como una especie de aprendizaje que está al abasto de todo el mundo, países del sur incluidos (faltaría más). Reflexión que Linkleter lleva a cabo mediante la presentación de un personaje suramericano al que la protagonista anima a superarse, dando así una pequeña muestra del maltrato que dichos países reciben por parte de los del norte (como se nos explica en Omar): se trata de un trabajador de obras, uno de los pocos oficios que los occidentales “reservan” a los inmigrantes. Respecto a las relaciones malsanas de las que se nos habló en El pasado, consecuencia (como dijimos) de un sistema en plena putrefacción, Boyhood plantea una eficaz medicina: cortar por lo sano; pero sin rencores, culpabilidad y siempre evitando la suculenta tentación de hurgar en la herida. Solo haciéndolo de este modo y preservando el amor y la amistad lograremos evitar que las emociones caigan en el olvido como en Her. Pues en realidad, nos dice Linklater, el futuro depende de nosotros.

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… o al menos así es en última instancia. Y con ello volvemos a la importancia de la educación, no tanto en términos disciplinarios (que hasta cierto punto también) como concernientes al respeto y al amor. Recordemos que los dos protagonistas de la película siempre contaron con el soporte y el amor incondicional de su madre, ejercido de forma natural y nada mal sana. Pues el personaje de Patricia Arquete, que probablemente visionó Mommy en su tiempo libre, cuenta con una virtud que compensa su inexperiencia: la capacidad de no confundir el amor maternal con el consentimiento. Es gracias a ello que, llegados a la adolescencia, sus hijos tienen la capacidad de luchar por sus proyectos, aprendiendo a creer en ellos mismos como hiciera Marion Cotillard en Dos días, una noche. De modo que, por ser probablemente la película más completa que las salas de cine hayan exhibido este año, Boyhood se levanta como el mayor descubrimiento cinematográfico del 2014.

Introducción al Top 10 [ 2014 ] …

Grand Hotel Budapest

El cine del este último año, 2014, se ha caracterizado sobre todo por su particular rechazo a lo convencional. Por una parte, nos ha traído un buen número de productos cuya situación genérica es difícil de definir, al mismo tiempo que la mayor parte de los productos de calidad corresponden a un tipo de cine poco afín a las tendencias masivas. Pensemos en el caso americano. Películas como Grand Hotel Budapest, Frances Ha, Seguridad no Garantizada o Las Vidas de Grace han sido algunas de las que se han alzado como las grandes sorpresas del año; todas muy personales y ninguna de ellas afín a las reglas de género alguno. Siguiendo aún en el terreno independiente, tenemos todavía los casos de delicias como El amor es extraño, El sueño de Ellis, La entrega o la vencedora del Festival de Cinema Fantàstic de Sitges 2014, Orígenes. Nuevamente, películas con una personalidad muy particular, pertenecientes a un estilo muy alejado del sello “familiar”.

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Otra característica del cine e este último año, siguiendo en terreno americano pero centrándonos ahora en un terreno más comercial, ha sido el frecuente desencanto que ha despertado hacia proyectos ansiadamente esperados para luego sorprender (sin apenas dar respiro) con películas relativamente poco esperadas. Pensemos en cuan rápido quedamos anonadados ante Philomena tras sufrir la decepción de Monuments Men, o lo rápidamente que La gran estafa Americana tapó la descafeinada Mandela: del mito al hombre. Recordemos también cómo al mismo tiempo que películas como Interstellar, Noe o Perdida (siendo estas últimas, a pesar de todo, un buen ejemplo de cine de calidad) recibían una aceptación algo más fría de lo que cabía esperar, títulos como Robocop, El origen del Planeta de los Símios o El hombre más buscado se alzaban como algunas de las revelaciones más imprevisibles de la temporada.

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En el terreno de los géneros, casi no hace falta decir que los superhéroes han logrado mantener su posición como protagonistas principales de la función. Este hecho se ha traducido en que el blokbuster de hoy ha dejado de ser el clásico estreno al que acude todo tipo de público para convertirse en un producto que busca el éxito en un sector muy determinado (es decir, el freak). En todo caso, gracias a este hecho hemos podido disfrutar de piezas tan frenéticas como Capitán América: El soldado del invierno, o tan agridulces como Spiderman 2: El poder del electro; y también de algunas tan perfectamente redondas como X-men: Días del futuro pasado. Tan prolífico se ha mostrado este género en el año presente que incluso se ha permitido hacer su propia incursión en el terreno animado, con la muy simpática (si bien no perfecta) Big Hero 6. Cabe decir también que además este año hemos sido sorprendidos por una inesperadamente acertada incursión en el terreno terrorífico, de la mano de la muy inquietante Líbranos del mal.

En el terreno autoral, ha habido espacio para la redención, la confirmación y también un pequeño hueco para el clásico autor que sigue en su linea. En el primer apartado encontramos los casos de Martin Scorsese con El lobo de Wall Street, y también, al menos desde mi punto de vista, a Tim Burton con Big Eyes. En el segundo apartado encontramos el caso de Alexander Payne con su espléndida Nebraska, y en el tercero al incansable Woody Allen con la muy entretenida Magia a la luz de la luna. Cabe reivindicar además el inesperado debut de Stuart Blumberg, guionista de películas como Los chicos están bien o Más que amigos, que nos ha obsequiado con la entrañable Amor sin control, esta vez en calidad de director.

el lobo de wall street

Ahí lo tenemos, pues. Un año en el que los mejores trabajos han sido reservados para un sector que casi podríamos calificar de elitista, las expectativas han sido correspondidas por estrenos poco esperados y el género predominante ha reescrito los valores del blockbuster. Pero no corramos tanto. Todo lo mencionado se refiere exclusivamente al cine norteamericano. Bien, pues. Antes de dictaminar sentencias, hagamos un pequeño recorrido por el resto de continentes, empezando por el obligado descenso hacia Sudamérica.

En este territorio caben destacar sobre todo cuatro títulos, uno de los cuales me reservo de mencionar para el Top 10 de 2014. Por lo que respecta a los otros tres, el primero nos llega de Venezuela y se alzó en 2013 como vencedor del Festival de Cine de San Sebastián. Estoy hablando de Pelo Malo, excelente reflexión sobre los lazos familiares dispuesta a desmentir el mito del amor materno incondicional. Por otra parte, los que acudieron a la cita del Festival de Cinema Fantàstic de Sitges 2014 pudieron disfrutar de El Ardor, elegante reivindicación de los códigos del western clásico producida y protagonizada por Gael García Bernal; de procedencia argentina. Por último tenemos Luna en Brasil, entrañable retrato de la historia de amor entre la poetisa Elisabeth Bishop y la arquitecta Lota de Marcedo Soares.

pelo malo

Como en todos los años, la cosecha europea ha sido abundante. Lo inesperado ha sido que España completara el ciclo habiendo dado a luz a tantos productos tan estimulantes, hasta el punto de que cada una de las cinco competidoras para los Goya 2015 constituye cuando menos un trabajo muy competente. Premios aparte, está el caso de Carmina y Amén, excelente continuación de Carmina o revienta en donde Paco León ha sorprendido por su capacidad de retratar a personajes tan complejos, así como también por su inesperado dominio del humor negro. Otra sorpresa ha sido 10.000 km, interesante reflexión sobre las relaciones de pareja que destaca por su sorprendente puesta en escena (hablamos, claro está, del tan comentado plano secuencia inicial y de la construcción de la historia mediante breves capturas de conversaciones vía web-cam).

Siguiendo en el terreno del autor independiente, cabe reivindicar esta suerte de renacimiento que ha vivido Jaime Rosales con la muy decente Hermosa Juventud, duro retrato del mundo de la adolescencia. Si bien es cierto que el director valenciano no ha logrado la brillantez de sus dos primeros trabajos (a saber, Las horas del día y La Soledad), sí ha conseguido el necesario saneamiento que su estilo estaba pidiendo a gritos, ahora más sincero y menos pretencioso. Dentro de un apartado ya más comercial, han destacado sobre todo dos películas, vencedoras en el hito de conseguir la mezcla adecuada entre entretenimiento y denuncia. Casi huelga decir que me refiero a El niño y La Isla mínima, trabajos (si bien no perfectos) que han sido capaces de ganarse el respeto de público y crítica, ofreciendo una interesante renovación en el terreno del thriller.

carmina y amén

También ha sido un buen año para los ingleses, quienes nos han sorprendido, por ejemplo, con las muy particulares revisiones genéricas que son Sólo los amantes sobreviven y Locke; la primera en el terreno vampírico y la segunda en el campo del thriller. Tenemos también la ya citada Philomena (una de aquellas producciones tan difíciles de catalogar a un único territorio), película que cuando menos ha valido el tan esperado resurgimiento del talentoso director Stephen Frears. Mención aparte merece la espléndida Mr. Turner, exquisita película de época (hermosa fotografía, hipnótico tempo pausado y brillantes interpretaciones) que retrata los últimos años de vida del pintor y que supone la consagración del excelente (a día de hoy ya podemos decirlo) autor inglés Mike Leigh.

mr turner

No tan abundante ha sido al producción de los vecinos irlandeses, si bien sí nos han traído al menos dos títulos considerablemente entretenidos, cada uno defendiendo su propio género. Empezando por el primero, es curioso que las dos producciones más significativas que nos han llegado en los últimos años dentro del género vampírico procedan de territorios tan cercanos, siendo la primera la ya citada Sólo los amantes sobreviven (inglesa) y la segunda la irlandesa Byzantium. Esta última constituye la segunda incursión de Neil Jordan en el género, de la que ha resultado una pieza que se sirve de la clásica fórmula de combinar historia de amor con relato terrorífico. Tenemos también el caso de la comedia romántica Amor en su punto, una película ligera y sin pretensiones que logra sin problemas su propósito: divertirnos durante su escasa hora y media de duración.

Otra sorpresa del año 2014 ha sido el reducido número de títulos significativos que nos ha ofrecido el cine francés. Lejos de las rompedoras propuestas que poblaron la cartelera francesa durante los últimos dos años (La vida de Addelle, El nombre, De óxido y hueso, En la habitación, Holly Motors) este año hemos tenido que conformarnos con un par de títulos importantes y constantes intentos de hacernos reír con resultados más bien mediocres. Entre lo más significativo tenemos La sal de la tierra, interesante documental sobre el fotógrafo Sebastiâo Delgado a cargo del director alemán Wim Wenders, y Joven y bonita, curioso acercamiento al mundo de la prostitución de la mano de François Ozon. Un descubrimiento interesante ha sido el de Cédric Jiménez con su segunda película, La French, dinámico adentramiento al mundo del narcotráfico.

Alemania e Italia también han tenido algo que decir, la primera de ellas con dos interesantísimos ejercicios autorales, siendo Oh boy! probablemente el más llamativo. Se trata de un excelente retrato de la sociedad alemana contemporánea que tiene como eje argumental las bajas expectativas que predominan en el sector juvenil. El otro lleva por título Dos vidas, cuenta con la participación de la veterana Liv Ulman y nos obliga a recordar, empleando el género del thriller para ello, cuan necesaria es todavía hoy la memoria histórica. Respecto a Italia, el país que recientemente nos sorprendió con la maravillosa La gran belleza sigue dinamitando convenciones, esta vez con la muy divertida (y ágil) sátira política Viva la libertá; protagonizada nuevamente por el grandísimo actor (ya podemos decirlo) que es Toni Servillo.

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Lamentablemente, las películas ajenas a la producción europea y norteamericana todavía escasean en nuestra cartelera. Por eso es tan necesario reivindicar la grandiosidad de obras como Winter Sleep, película turca que se levantó como ganadora en el pasado Festival de Cannes y que merece ser recordada como una de las mejores películas del año; o Fish and Cat, excelente slasher iraní que roza la obra maestra, rodado en un único plano secuencia (y con ello me refiero a un AUTÉNTICO plano secuencia) del que solo pudimos disfrutar algunos de los que asistimos al Festival de Cinema Fantàstic de Sitges 2014. Cabe destacar, además, dos entretenidas producciones surcoreanas, a saber, New World y Snowpiercer, perfectos ejemplos de aquellas pequeñas joyas que alegran nuestro paladar cinéfilo cuando la cartelera parece vacía.

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Por último, remarcar una serie de películas que se han encargado de dar clausura al año 2014, este pequeño colectivo de “sorpresas de última hora” mayoritariamente llegadas a España el 2015 pero estrenadas en sus respectivos países durante el año anterior. Son los casos de las americanas Whiplash, Birdman y Corazones de acero, tres películas redondas y competentes que pronostican un buen comienzo de año. Caso semejante es el de Leviathán, deliciosa producción rusa tan interesada en retratar personajes complejos cómo en denunciar una situación política altamente alarmante. Por último tenemos a la española Los Fenómenos, último coletazo de este colectivo de películas españolas de alta calidad que por fortuna ha predominado en la cartelera cinéfila española de este prolífico (y muy particular) año que ha sido 2014.

Whiplash (Damien Chazelle)

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El cine, antes que una expresión artística, herramienta de entretenimiento u medio de comunicación, es un dispositivo discursivo; por el simple hecho de que visionarlo implica convertirse en el receptor de un mensaje muy concreto, tan tajante como incontestable (que no irrebatible). En pocas palabras, no existe en el cine la posibilidad de intervenir en el discurso del que somos oyentes, lo que lo convierte, como ya dije, en un dispositivo puramente discursivo. Este hecho da como resultado que la mayoría de las películas traigan consigo un discurso absolutista, aquello que coloquialmente llamamos “moraleja”. Por eso tienen lugar este tipo de historias tan convencionales y reduccionistas, aquellas según las cuáles uno tiene que luchar por sus sueños, puesto que si lo hace, el éxito está garantizado. Ahí lo tenemos: un discurso claro i conciso, tan sencillo como obtuso. Lo que vengo a decir es que esta condición discursiva (casi podríamos decir dictatorial) del séptimo arte (también existente en otras formas de arte, como por ejemplo en la literatura) habitualmente conduce a los directores a plantear discursos que no admiten ambigüedades, y el caso más claro de este hecho es el clásico género “no te rindas y triunfarás”.

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Por eso es de agradecer que de vez en cuando alguien nos devuelva al mundo terrenal de un guantazo, para recordarnos que en la vida no todo es blanco u negro y que también existen aquellas experiencias de las que uno jamás llega a sacar conclusiones esclarecedoras. Es el caso de Whiplash, una película que además de poner en duda la credibilidad del sueño americano se atreve a presentar un discurso cuya moraleja queda suspendida en el aire, abierta a conclusiones personalizadas. De hecho, da la sensación de que el director juega a poner a prueba la paciencia del espectador, presentando a un personaje cuyo objetivo (convertirse en el mayor baterista del mundo) topará con la aparición de un excéntrico personaje, no se sabe si para bien o para mala; en todo caso provocando una coalición de egos de proporciones bíblicas. En ocasiones creeremos que Fletcher (profesor de batería) tan solo quiere ayudar a Andrew (baterista que protagoniza la función); y en otras que tan solo pretende boicotear su futuro. Del mismo modo, a ratos nos parecerá que Fletcher responde a una firme convicción según la cuál ser blando solo trae malos resultados… pero pasado un rato parecerá que su aptitud tan solo responde a un capricho personal.

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Damien Challeze se propone desarticular esta clase de fórmulas perfectas en las que estamos acostumbrados a creer. Andrew convierte la batería en el centro de su universo, rechazando cualquier tipo de estímulo no relacionado con el mundo del jazz, pues la leyenda cuenta que este es el método correcto para llegar al éxito. Fletcher emplea un tipo de docencia que roza el maltrato con el objetivo (supuestamente) de encontrar al nuevo Charlie Parker, estrella del jazz apodada Bird cuya genialidad floreció como respuesta a una humillación pública sufrida en la juventud. Ambos personajes toman casos aislados, ejemplos concretos, y los convierten en supuestas herramientas perfectas para alcanzar metas. Pero el caso es que Whiplash no pretende invertir el discurso: su director es consciente de que presentar el caso de Andrew como una garantía de fracaso sería caer en otra verdad absoluta. De hecho, tan consciente es el director de la ambigüedad de ciertas cosas, que ni siquiera está interesado en sacar conclusiones de la personalidad de Fletcher: del mismo modo que en cierta ocasión se nos permite intuir en él cierto atisbo de humanidad, le es rotundamente negada la clásica justificación del malo de película que “en el fondo tan solo pretendía ayudar a un alumno”.

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Tal vez algún día Andrew logre alcanzar su meta, como también podría ser que jamás lo consiguiera. Tal vez sea cierto que detrás de los maltratos de Fletcher se esconde un legítimo objetivo, como también podría ser que este objetivo tan solo sea un escudo diseñado para camuflar una caprichosa necesidad de tocar las narices. El caso es que en realidad no existe una única respuesta. Y de esto nos habla Whiplash: de la complejidad de la vida en contraposición a las fórmulas reduccionistas, del sólido muro en que se convierte la realidad cuando pretendemos moldearla mediante convicciones simplistas.

Luna en Brasil (Bruno Barreto)

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Luna en Brasil tan solo retrata un corto período de vida de la poetisa Elisabeth Bishop, hecho que permite a la película desmarcarse de las convenciones típicas del biopic (entendiendo este último como la exibición de una vida, normalmente de un personaje famoso que por el hecho de ser conocido se supone merece nuestro interés). Ello da libertad al director Bruno Barreto para trazar una libre e interesante deconstrucción del crecimiento (tanto personal como profesional) de la artista en cuestión, centrándose en el romance que dicha poeta vivió con la arquitecta brasileña Lota de Marcedo Soares. Este romance, vértebra principal de la película, se convierte en el escenario perfecto para reflexionar sobre temas en cierto modo trascendentales, como vienen a ser el amor, las relaciones humanas, la amistad o el complejo cruce entre ideales políticos y una carrera artística (pensemos en el proyecto de ensueño de Soares, cuya ejecución fue posible gracias a la irrupción de un golpe de estado). Pero este escenario también sirve al director para dinamitar y construir desde cero las bases del manido género que es el romance.

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Y no solo por tratarse de una historia de amor homosexual (recordemos que esta no es – ni de lejos – la primera película exhibida en terreno “comercial” en cuyo eje central encontremos una historia de amor entre sexos iguales: ahí quedan los ejemplos de Brokeback Mountain, La vida de Adèle o Philadelphia). Lo que realmente destaca de Luna en Brasil es su capacidad por retratar una historia de amor carente de tópicos y concesiones. Barreto nos muestra cómo la pasión que une a las dos protagonistas (esta atracción irrefrenable a la que solemos llamar amor) no responde a ninguna lógica, ni tampoco a ningún plan que el destino tenga previsto para nuestra felicidad. Es sencillamente esto: atracción. Una atracción que, por ser irracional, no tiene en cuenta el grado de compatibilidad que pueda haber entre las dos personas que la sienten, como tampoco la conveniencia de que estén juntas. Sencillamente, se trata de una atracción que existe o no existe. Tan interesado está el director en señalarnos este hecho que no tiene ningún miedo de mostrarnos sin tapujos la parte más oscura de la personalidad de las dos protagonistas.

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Y aquí es donde encontramos el que probablemente sea el aspecto más interesante de Luna en Brasil: esta capacidad por generar empatía hacía dos personajes en cierto modo detestables. La una alcohólica y amargada, la otra consentida e infantil; ambas interesadas por encima de todo en solidificar los muros de su mundo imaginario, utópico y poco realista. Pero dichos personajes desprenden tal credibilidad, al mismo tiempo que sus defectos son expuestos con tanta naturalidad, que uno no puede más que sentir interés hacia ambas mujeres, tan egoístas como entrañables, tan infantiles como creíbles. En este aspecto, la película de Barreto en cierto modo hace pensar en el caso de Mommy: un tipo de cine cuyo poderío emocional nace de la exposición de los defectos de sus protagonistas, que por su brutal credibilidad, consiguen un grado de empatía pocas veces visto en la pantalla. Pero si algo diferencia la película que nos ocupa de la de Xavier Dollan es esta naturalidad anteriormente mencionada, esta capacidad por mostrar las cosas tal i como son de una forma casi transparente. Una naturalidad gracias a la cuál disfrutamos del visionado de Luna en Brasil sin apenas recordar la rareza que aún a día de hoy supone encontrar una historia de amor homosexual en las salas de cine comercial.

Magia a la luz de la luna (Woody Allen)

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Al llarg dels últims anys, el cinema de Woody Allen s’ha convertit en una espècie de tast artístic anual en el que només hi caven opinions dicotòmiques. El públic del cineasta novaiorquès no accepta una pel·lícula “correcte” o “interessant”, sinó que espera de totes elles un descobriment inoblidable. I en cas que no sigui així, la pel·lícula queda qualificada automàticament com una “obra menor” o directament com a “dolenta”. Aquest fenomen (francament molest) fa cada dia més difícil defensar que, contràriament al que s’ha dit, les propostes d’Allen sempre tenen com a mínim un punt d’interès. Sent així i veient la insistència amb què públic i crítica repeteixen una i altra vegada aquest procés qualificatiu tan dicotòmic, només queda pensar que l’espectador convencional es resisteix a creure que un autor sigui capaç de mantenir una equilibri tan impressionant entre ritme de treball i qualitat. Doncs bé, senyors, així és.

Magia a la luz de la luna
Ni tant ni tant poc, per l’amor de Déu. Ni Vicki Cristina Barcelona és la pitjor comèdia de la història del cinema ni Midnight in Paris és l’última gran obra mestra de Woody Allen. El cas és que totes dues observacions poden aplicar-se al nou treball del prolífic director, Magia a la luz de la luna. M’explico. Des del meu punt de vista, aquell qui amb tanta insistència desautoritza Vicky Cristina Barcelona no ha fet l’esforç d’analitzar el panorama actual de la comèdia romàntica; de la mateixa manera que aquell qui amb tanta facilitat queda enlluernat per Midnight in Paris, no coneix (o ha oblidat) l’autèntic potencial del director. Doncs bé, en el cas de la pel·lícula que ens ocupa, estem davant d’una comèdia romàntica que està molt per sobre de la mitjana, tot i que el potencial del director no és explotat al 100 %. És a dir: estem davant d’un d’aquells casos en què Allen es limita a complir el seu compromís com a director igualment prolífic i competent, matant la sacietat dels seus incondicionals i donant benzina a aquells qui només volen veure obres mestres.

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Los fenómenos (Alfonso Zarauza)

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Esta vez no hay excusa. Con películas como Carmina y Amén, Magical Girl o La Isla mínima tenemos el ejemplo perfecto de a qué podemos llamar “buen cine español”. Aquello de aclamar la mediocridad abalados por el pretexto “está por encima de la media” ya no es válido. Y gracias a este hecho, podemos decirlo sin tapujos: Los fenómenos no es para nada una mala película, pero tampoco se encuentra entre lo mejorcito del cine español. Incluso podemos decir (oh, alegría!) que no se encuentra entre lo mejor del cine español de este año. Se trata, aun así, de una película que compagina a la perfección modestia y valentía. Pues a pesar de su honestidad (respecto a sus intenciones), logra tocar muchos más temas de lo que se acostumbra a esperar en una cinta de esta clase. Lo que aparta esta película del terreno de las joyas es que Alfonso Zarauza no nos dice nada nuevo. Y lo que lo acerca a la sección del buen cine es que, a pesar de todo, estamos ante una película que consigue esta harmonía tan difícil de mantener, vista en ocasiones en el cine de Loach, entre la denuncia social y el retrato de personajes complejos.

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Zarauza no nos cuenta nada nuevo, de acuerdo. Pero sí nos habla de una realidad vigente, de destino francamente desconcertante. Y lo hace sin olvidarse de pagar el peaje que todo buen producto de denuncia reclama: para retratar al entorno, más aún si es para criticarlo, hay que retratar primero al personaje (este tipo de cine que simpatiza con la filosofía “critíquese a usted antes de criticar lo que le rodea”). En este aspecto, el director cumple a rajatabla con los requisitos, sin temor a mostrar las imperfecciones del personaje interpretado por Lola Dueñas; sin temor, incluso, a no esconder la posibilidad de que parte del socavón económico que está apunto de sufrir sea responsabilidad suya. Y una vez hechos los deberes, ahora sí, se nos habla de los catastróficos resultados de una crisis económica que, como el director apunta, se veía venir a la legua. Pero incluso entonces lo hace sin perder de vista a su personaje, pues a pesar de mostrarnos cómo este topa de narices con fuerzas mayores, sus actos y decisiones jamás se convierten en algo secundario. Se trata de una historia en la que aparece la crisis, sí, pero ésta nunca llega a convertirse en la protagonista.

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A pesar de todas sus virtudes, Los fenómenos también cuenta con algunos defectos. Uno de ellos es que en ciertas ocasiones pueden identificarse sus hilos con demasiada facilidad. Me refiero a ciertas secuencias en las que el diálogo o la actitud de los personajes parece más interesada en cumplir su función argumental que en resultar creíble. Pienso, por ejemplo, en el chapucero diálogo sobre el vegetarianismo entre Neneta (Lola Dueñas) y uno de los obreros, o en el la precipitada resolución de la historia de amor entre la misma Neneta y Furón (Juan Carlos Vellido). En el fondo no son más que pequeños baches que tampoco resultan demasiado molestos, pero sí que en cierta forma evidencian este carácter de producto menor. Como si la película buscara conscientemente encontrar un equilibrio entre aciertos y defectos, tratando de situarse en un terreno neutral. Es por todo ello que la nueva película de Alfonso Zarauza resulta agradable de ver e incluso de recordar, si bien su acabado no reluce como una de las mayores joyas que vayamos a encontrar.

El 10º círculo (Juan Carlos Sánchez Martínez)

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La pregunta que más frecuentemente surge en las reflexiones sobre la opera prima de Juan Carlos Sánchez es en realidad una de las preguntas más absurdas que un servidor pueda imaginarse. Hablo de esta insistencia de asignar a un producto un género determinado. ¿Estamos ante un thriller? ¿Una novela de misterio? ¿De aventuras? ¿Un ejercicio que entremezcla diversos géneros? Se me ocurren dos respuestas para este (innecesario) enigma. La primera, dirigida a los partidarios de la simplificación, es que El 10º círculo no es otra cosa que pura fantasía. Olvidemos por un momento esta hiperfracmentación a la que hemos llegado, estas cualificaciones subgenéricas que tan fácilmente nos sacamos de la manga; olvidemos, en fin, esta necesidad de nombrar cada uno de los rasgos que podamos identificar en una obra. Pues la novela de Sánchez no se preocupa por estos detalles: sencillamente pretende ofrecernos una experiencia inolvidable, y lo consigue gracias al hecho de beber de múltiples fuentes (no solo literarias), logrando así su propio sello. En todo caso, estamos ante una obra que parte de una premisa claramente fantástica, y la forma más sincera de definir este hecho es llamarlo “fantasía”. Fin de la discusión.

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La segunda respuesta, dirigida a aquellos cuyo insomnio no dependa de encontrar respuestas reduccionistas, es que El 10º Círculo pertenece a su propio género. Por el simple hecho de que Juan Carlos Sánchez no se casa con nadie. Cuando la situación lo requiere, su novela es cómica, y cuando la escena lo precisa, su narrativa adquiere un tono más trascendente; del mismo modo que cuando la complejidad del argumento aumenta, el estilo del joven escritor se convierte con toda tranquilidad en un festival de múltiples referencias, que aúna terror, romanticismo y acción (por citar unas pocas). Y lo mejor de todo es que este refrito de estilos no obstruye en absoluto la ligereza de su lectura, sino que la dota de una personalidad compacta y de claras intenciones. Vamos, puro entretenimiento; y también (¿por qué no?), pura literatura. De modo que, más que buscar respuestas en todo lo mencionado, sirva ello como una garantía para abrir el libro sin temor, relajarnos y disfrutar de una opera prima que tanto tiene que ofrecernos. Con ello tendremos suficiente.

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Lo que encontraremos entonces será una muy entretenida novela que, a pesar de ser la primera se su autor, desborda seguridad en cada una de las palabras y está dotada de una estructura cuidadosamente esquematizada, así como también de esta clase de fuerza que tan solo encontramos en el autor que verdaderamente tiene algo que contar. Encontraremos también, digámoslo todo, algún que otro bache en el camino, como no podría ser de otro modo teniendo en cuenta que se trata de una ópera prima. Uno de ellos es este posicionamiento a veces demasiado evidente por parte del escritor: en ciertos momentos se tiene la sensación de que todo lo ocurrido responde a una especie justicia universal. Es decir, parece que exista alrededor de los personajes una especie de aura encargada de definir la posición en que estos se encuentran, que solo puede ser una de dos: la de “buenos” o la de “malos”. Un aura que, en definitiva, abala u condena sus acciones en función de la posición en que se encuentren. Se trata, a pesar de todo, de un detalle algo molesto, sí, pero solo en momentos puntuales. Cabe decir, además, que dadas las múltiples virtudes que el libro contiene, no resulta nada difícil hacer una pequeña concesión.

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En cualquier caso, estamos ante una novela de lectura obligada para todo amante de la literatura fantástica o sencillamente de la distracción bien entendida. Pues no hay en El 10º círculo momento que no nos invite a seguir leyendo, capítulo que nos deje indiferente… como no habrá pausa que hagamos una vez empezada la lectura en que no cerremos el libro calculando mentalmente en qué momento podremos volver a abrirlo.

El amor es extraño (Ira Sachs)

El amor es extraño

Commoure sense prentendre-ho és una de les fites més difícils d’aconseguir. Parlo de quan allò que veiem ens emociona pel seu significat, sense que les imatges es converteixin en un producte prefabricat. Parlo, per exemple, de quan visionem El amor es extraño, pel·lícula que ens converteix en testimonis d’un afer romàntic que destaca per la seva credibilitat. Empatitzem i simpatitzem amb els dos protagonistes exactament com ho faríem si els coneguéssim en la vida real.

Que la parella sentimental interpretada per John Lithgow i Alfred Molina ens resulti entranyable no es deu a una maniobra sensiblera del guió o de la posada en escena, sinó a la capacitat de Ira Sachs per retratar el cantó més tendre de la realitat. Tant és així que la pel·lícula flueix amb absoluta naturalitat, fent-nos creure que els esdeveniments segueixen el seu ordre natural. I és un gran mèrit aconseguir aquest efecte quan la pel·lícula en qüestió presenta un acabat tan perfecte, tan rodó.

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Mitjançant aquesta fórmula, director i coguionista ens ofereixen una experiència que, a més a més d’emotiva, és una fantàstica radiografia social, valenta i gens conformista. Ira Sachs i Mauricio Zacharias ens parlen de l’amor, però també ens parlen de l’educació i dels conflictes més comuns que s’amaguen darrere de la parella convencional (en contrapunt a la parella protagonista, homosexual, que demostra posseir una gran solidesa cimentada per la complicitat i la sinceritat).

La (deliciosa) sensació que deixa visionar El amor es extraño no es deu tant a un element en concret o a una escena determinada com a un conjunt de fets molt ben explicats que ens fan sortir del cinema sentint que hem après alguna cosa. Estem davant d’una història que ens fa reflexionar, ens entretén i per últim ens emociona. Poc més se li pot demanar a una pel·lícula que parla de tants temes amb tanta naturalitat i que ens commou tan humilment i apel·lant a la senzillesa.

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